Glenda y yo
Caminábamos cogidas de la mano. Habíamos bebido cervezas y fumado nuestro primer porro con Marc i Joan, los chicos del instituto. Nos sentíamos únicas y creíamos volar con la inconsciencia de nuestros dieciséis años.
La sensación de calor de la fusión de nuestras manos, en ese momento, era la
perfecta conexión. Dos almas gemelas al unísono. Y que decir, no nos importaba
el que dirán. Seguramente la gente viera a dos niñas de uniforme hacer el tonto
por las calles, nosotras en cambio nos creíamos las primeras Evas, pobres
incautas.
Comentarios