El economista

Hace años fuimos una amiga y yo a una asamblea de desempleados en el centro islámico. Los desempleados eran todos españoles y católicos. El centro cedía el local gratuitamente para estas reuniones. De aquella reunión me llamó la atención especialmente el orden y el desorden de los participantes, pero no me refiero estéticamente, sino desde a la hora de sentarse, de hablar y de proponer temas. Todo era caótico pero a la vez enganchaba.
Vimos las ganas de hacer cosas para cambiar el mundo, las propuestas y también clases de ayudas que se podían ofrecer entre los miembros como un trueque. Comida por trabajo por ejemplo.
Pero lo que más me llamó la atención fue una persona. Esta rondaba los sesenta, vestía tipo Coronel Tapioca y dijo ser economista. Propuso escribir una carta al ayuntamiento reclamando un local para poder reunirse el grupo para no estar de prestado. Mi amiga y yo catalogamos a este hombre como un pijo que en sus ratos libres gastaba su tiempo con los parados del barrio. Craso error.
La charla terminó y tuvimos claro que allí trabajo no íbamos a encontrar y que los miembros de esta asamblea tenían mucho trabajo por delante para poder sacar adelante sus ideas sin ayudas del ayuntamiento, que gobernaba por aquel entonces Rita Barberá.
No volvimos a ir más.
Pero a las pocas semanas de la Asamblea, volviendo de fiesta, vimos al economista durmiendo en un banco y se nos cayó el mundo encima. Realmente estaba en el Asamblea ofreciendo sus conocimientos y nosotras lo juzgamos por su apariencia. Apenas hablamos del tema. Y tampoco sé porqué hoy me he despertado acordándome de este hombre. Ni idea. Da igual.

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