De noche en la ciudad. Capítulo 1

Es de noche en la ciudad, invierno, apenas hay gente en las calles. Siento que la presencia de la depresión es muy próxima a mí. La cabeza últimamente no va por un buen camino. Los problemas se acrecientan. Cada vez tomo más pastillas para alejarme del mundo y estoy en él porque debo de estar pero fluyo y nada tiene suficiente importancia. Me siento vacía, podrida, sucia y tantos adjetivos pesimistas que reflejan la realidad certera de mi situación.
Me asomo a la ventana confirmo que en la oscuridad las calles reflejan mis sentimientos, me dan ganas de salir volando, asomarme al balcón, dejar que el aire frío refresque mi cara y por un lado aclare mis ideas o me deje tomar la decisión que tanto me cuesta tomar.  Quisiera tener valor para poder asomarme a la barandilla y dejarme caer, rápido y libre, hasta acabar sin vida, seis pisos abajo.
Para poneros en antecedentes hace un mes que estoy viviendo esta pesadilla. Desde el día que Juan decidió poner punto y final a nuestra convivencia, de una forma que yo diría fue a lo bestia. Cargando con una maleta con poca ropa suya y todos mis sueños dentro.
Diez años de relación, en lo que yo soñadora de nuestra idílica relación y creyendo que dedicando mi vida y mi dinero a él, nunca nada nos alejaría, ahora veo que no nada es como soñaba y me encuentro sumida en la peor de mis pesadillas. En realidad no sé que me frena para no suicidarme, si no tengo nada en esta vida, lo tenía a él y ahora ya no.
Diez años en los que aparqué mis sueños y mi incipiente carrera de actriz, por entonces comenzaba a abrirme hueco en teatros experimentales. Entonces lo conocí, tenía veinticinco años, él tenía ya treinta años pero parecía un Peter Pan. Sus ansias de vivir me contagiaron y decidí seguirle cómo quien sigue a su chamán. Desde luego Juan era y es un hombre arrollador. Cogí mis ahorros, la herencia recibida tras la muerte de mis padres, y nos marchamos juntos a Londres porque él deseaba aprender de mano de los mejores chefs del mundo, extraer todo su arte y yo le seguí. Cómo imaginareis Juan era cocinero entonces, hoy es una figura reconocida dentro de la sociedad culinaria. Pero volvamos a entonces donde solo era un cocinero de restaurante de carretera, pero con una dulzura en las manos que convertía un plato de lentejas en ambrosia para los sentidos.
Si me permitís me voy a servir una copa, ya sé que la combinación con benzodiacepinas no es lo mejor en estos casos, pero necesito esta bebida para poder seguir relatando mi estado y su traición. Llevo un mes que para poder subsistir he encontrado la mejor opción en drogas, alcohol y sueño.
Hoy tengo un día de lucidez y voy a aprovecharlo para recordar todo lo que debo olvidar si quiero volver a ser yo. Pensad que en estos momentos soy una mujer de treinta y cinco años sin amor, sin dinero, sin trabajo, sin sueños…  Llena de miedos ante la vida y sus asperezas. Salir adelante sin Juan se me hace cuesta arriba y parece un imposible.
Es de noche en la ciudad, invierno, sigo en la ventana, pasa por la calle una pareja abrazada, protegiéndose del frío. Me entran ganas de tirarles un cenicero desde la ventana pero me contengo. Cómo  me gustaría poder estar en su lugar. Cómo me gustaría que Juan me estrechase de nuevo con sus fuertes brazos y me dijera te quiero, te quiero pero como me lo decía antaño mientras me hacía el amor con tanta pasión que se podía acabar el mundo en ese momento que no me enteraría.

Todavía no consigo entender porqué se fue y ya ha pasado un mes. Seguramente habrá conocido a alguna mujer más joven, con la piel más tersa, que le dé sus caprichos, que se desviva por él. Son suposiciones mías, el día que se fue sólo cogió la maleta y dijo: me voy. Nada más, allí me dejó en la puerta de la que era nuestra casa llorando creyendo que era mentira y que al día siguiente estaría en casa pidiendo perdón por la escenita. Vale si, no era la primera vez que lo hacía, lo de coger la maleta e irse, pero al día siguiente estaba en casa y yo le perdonaba y le besaba los ojos, lo boca, las manos, su polla… Pero esta vez no, no ha vuelto y ya han pasado treinta días tachados de un calendario.

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