Estela (Del 8 al 13)
Apenas pudo dormir esa noche. Los nervios se comían a Estela por dentro. Pesadillas repetitivas volvieron a sucederse.
Desde luego reencontrarse con Sergio era algo que no esperaba y mucho menos pensar que pudiera estar interesado en ella. Seguramente estaría casado, tendría hijos y su deseo de volver a verla sería meramente amistoso.
De buena mañana Estela se puso unos shorts azules oscuros y una camiseta de tirantes blancas. Se calzó sus deportivas y se hizo una coleta. Desayunó su zumo de naranja, como todos los días.
A las siete de la mañana, en el mismo punto en que cayeron al suelo el día anterior, estaban los dos juntos preparados para correr.
Apenas hablaron durante los cinco kilómetros que hicieron juntos, se miraban, sonreían y a la marcha.
Cuando cansados pararon, por fin decidieron tomarse algo juntos y hablar. Tenían tanto que contarse.
Fueron al único bar que existía en el pueblo. Entrar dentro para Estela fue tener visiones del pasado, puesto que nada había cambiado, excepto su dueño, que ya no era el señor Arturo. En su lugar, lo regentaba un joven de cara amable que les sirvió dos cafés con leche y dos tostadas de tomate, aceite y sal. Eran los únicos clientes sentados en una mesa junto a la ventana. En la barra tomaban unas cazallas unos obreros que por suerte no eran del pueblo.
Estela le contó toda su vida a Sergio. Él la escuchaba embelesado a ratos, en otros apenado, pero muy interesado en saber que la había hecho volver. Estaba callado aunque asentía esperando el momento de poder hacer uso de la reciprocidad y poder contarle su vida también. Para él no todo había sido fácil desde que murió Rai y ella se fue.
Estela sintió un dolor tan grande cuando su mundo fantástico se desmoronó. No creyó que todo pudiera volvier a caer desde el accidente, pero por segunda vez en su vida todo pegaba un vuelco y debía comenzar de cero.
A los veinte años siendo una niña casi, huyó al sentirse culpable de la muerte de su hermano. Sabía que desapareciendo aún haría más daño a sus padres pero no podía quedarse en el pueblo. Maldito que dirán...
Esa decisión incluía cuando conoció al que luego sería su marido ni siquiera hacerles partícipe a su familia de ninguna noticia. Sabía que era duro pero no podía superar el pasado sin enfrentarse sola a su futuro.
Ahora diez años más tarde, a sus treinta años de mujer serena, sin nada en la vida, volver al lugar del que nunca debió partir la reconfortaba. No esperaba ser tan bien recibida por sus padres. Pero el tiempo lo cura todo, hasta las malas decisiones.
A sus treinta años de mujer superviviente deseaba sobre todas las cosas que sus padres se sintieran orgullosos de ella y pasaran página a tantas desdichas.
La aparición de Sergio y el poder encontrar en el un confesor le daba fuerzas para intentar encontrar su camino allí, en su pueblo, junto a su familia y de paso poder recuperar a sus amigos aún a riesgo de verse rechazada por ellos, pero tenía tanto que contarles a todo el mundo que no existían suficientes palabras para relatar lo que pasaba por su mente.
Por lo pronto estaba oxigenando su mente junto a Sergio a quien tanto idealizó de joven.
Sergio tampoco lo había pasado bien en la vida, pese a ser el gerente de la única fábrica maderera del pueblo y tener lo que se dice una buena vida desde hace años sabía que el dinero no daba la felicidad.
La desaparición de Estela lo dejó más desolado si cabe y desde entonces el amor para él se había relegado a entregarlo a una hija desconocida que le fue entregada por su madre, una amante que tuvo durante un tiempo y a la que la niña molestaba para prosperar en sus sueños. Desde hacía tres años cuidaba como si fuera un tesoro a su pequeña hija Candela de seis años de edad. No supo de su nacimiento hasta que ella, la madre, apareció en Arcadia para abandonarla. Ser pasto de los cotilleos del pueblo no era agradable para él y menos para su niña pero como triunfaba en otros ámbitos de la vida y daba de comer a muchas familias de allí, estas delante de él nunca decían nada pero a sus espaldas sabía que era la comidilla.
A su vez ser visto junto a Estela no mejoraría las cosas. Pero ella era el amor de su vida y ahora que estaba a su lado no pensaba dejarla escapar de nuevo.
Lo que él no sabía es que ella ya había tomado la decisión de quedarse: para siempre...
Bueno, sincerarse lo habían hecho y vaya que bien, vaya par de almas gemelas. Ahora eso les hacía verse de otra forma.
Sergio le dijo que se tenía que ir a trabajar, pero antes le preguntó que tenía pensado hacer ella en el pueblo estos días y si estaría interesada en optar a un puesto vacante en su empresa. Estela se quedó paralizada al principio pero luego pensó que quizás fuera un buen plan. Le contestó que sí, que le gustaría participar en el proceso de selección.
Sergio le indicó que pasara por la tarde por las oficinas y preguntara por él.
"¿Qué se pondría?. ¿Qué nervios?". Pensaba mientras caminaba absorta en sus pensamientos. "Un trabajo de verdad. Debo de conseguirlo cómo sea".
Las oportunidades llegan así cuando uno menos se lo espera. Estela pensaba lo felices que eso haría a sus padres. No esperaba para nada que ellos le dieran una respuesta negativa ni en sueños.
A la tarde Estela se puso una falda negra ajustada hasta las rodillas, una camisa blanca impoluta y para rematar el conjunto unos tacones negros. Se peinó el pelo estilo Marilyn. Se maquilló levemente la piel y se pintó los labios de rojo. Estaba radiante.
Cuando bajó las escaleras le preguntó su madre que a donde iba tan guapa y ella le dijo que a la empresa de Sergio a hacer una entrevista de trabajo. La madre hizo un mohín extraño en su cara pero no le dijo nada. Estela le pidió a su padre las llaves de su viejo coche y este resignado se las dio. Al fin y al cabo el coche era de ella, aunque olvidado en diez años, su padre se encargaba de ponerlo en marcha para que no le fallara el motor.
Estela se miró en el espejo retrovisor y se volvió a pintar los labios, puso en marcha su coche y se dirigió a la fábrica de muebles de Sergio y familia. No sabía para que puesto optaba pero sabía que estaba perfectamente capacitada para desempeñar cualquier tipo trabajo.
Llegó a la fábrica puntual e indicó por el interfono que venía a ver al señor Xatart. Le abrieron la puerta del complejo de fábrica, almacén y oficinas y pasó adentro con el coche. Aparcó en la zona que ponía oficinas. Se bajó de su vehículo consciente de que había cámaras en todo el complejo. Se recompuso la falda, se atusó el pelo y comenzó a caminar hacia las oficinas, sintiéndose guapa.
Allí le atendió una recepcionista muy joven, no parecía del pueblo o ella al menos no la conocía. Estela le dijo que tenía una cita con el señor Xatart, se sonrojó al decir la palabra cita e imaginarla tal y como la soñaba.
La recepcionista le dijo que se esperara un momento.
No le dio tiempo a sentarse porque inmediatamente la hicieron pasar al despacho de Sergio.
Se quedó impresionada al verlo en su despacho, tan guapo como deslumbrante con su traje negro de vestir. Una vez cerró la puerta se puso cómodo. Se quitó la chaqueta y se desanudó la corbata. Se imaginaban los músculos bajo la camisa azul claro.
Estela se acercó al escritorio y se sentó frente a él. Se la veía intimidada por su presencia. No se atrevía a decir la primera palabra en cambio Sergio estaba muy hablador.
Le hablaba del tiempo y de personas conocidas de su juventud. Mientras ella lo miraba y se lo comía por dentro.
- Bueno, bienvenida a nuestra empresa Estela Ortega. El puesto que te ofrezco y sé que puedes desarrollar perfectamente porque te conozco, bueno te conocía... Es el de mi secretaria. ¿Qué te parece?. ¿No tienes nada que decir?. Pues firmamos el contrato hoy mismo... Estela...
Estela primero se recreó en cada una de las palabras de Sergio y asintió.
¿Trabajar juntos, codo a codo?. Era un sueño hecho realidad y tan sólo llevaba un par de días en Arcadia.
¿Qué más sorpresas agradables podía darle la vida después de tantos años de padecimientos?.
- ¿Te parece bien que cenemos juntos para celebrarlo?. - le preguntó Sergio. Se me ocurre una cena magnífica y sorprendente.
- No sé, Sergio... Quizás al ser mi jefe las cosas cambien. ¿No crees?. - Le contestó ella.
- No ocurre nada Estela, eres mi amiga y ahora mi compañera de trabajo. A las nueve pasaré a recogerte. ¿Te puedo pedir una cosa?.
- Si, dígame mi jefe.
- No te cambies de ropa. Estás bellísima...
Desde luego reencontrarse con Sergio era algo que no esperaba y mucho menos pensar que pudiera estar interesado en ella. Seguramente estaría casado, tendría hijos y su deseo de volver a verla sería meramente amistoso.
De buena mañana Estela se puso unos shorts azules oscuros y una camiseta de tirantes blancas. Se calzó sus deportivas y se hizo una coleta. Desayunó su zumo de naranja, como todos los días.
A las siete de la mañana, en el mismo punto en que cayeron al suelo el día anterior, estaban los dos juntos preparados para correr.
Apenas hablaron durante los cinco kilómetros que hicieron juntos, se miraban, sonreían y a la marcha.
Cuando cansados pararon, por fin decidieron tomarse algo juntos y hablar. Tenían tanto que contarse.
Fueron al único bar que existía en el pueblo. Entrar dentro para Estela fue tener visiones del pasado, puesto que nada había cambiado, excepto su dueño, que ya no era el señor Arturo. En su lugar, lo regentaba un joven de cara amable que les sirvió dos cafés con leche y dos tostadas de tomate, aceite y sal. Eran los únicos clientes sentados en una mesa junto a la ventana. En la barra tomaban unas cazallas unos obreros que por suerte no eran del pueblo.
Estela le contó toda su vida a Sergio. Él la escuchaba embelesado a ratos, en otros apenado, pero muy interesado en saber que la había hecho volver. Estaba callado aunque asentía esperando el momento de poder hacer uso de la reciprocidad y poder contarle su vida también. Para él no todo había sido fácil desde que murió Rai y ella se fue.
Estela sintió un dolor tan grande cuando su mundo fantástico se desmoronó. No creyó que todo pudiera volvier a caer desde el accidente, pero por segunda vez en su vida todo pegaba un vuelco y debía comenzar de cero.
A los veinte años siendo una niña casi, huyó al sentirse culpable de la muerte de su hermano. Sabía que desapareciendo aún haría más daño a sus padres pero no podía quedarse en el pueblo. Maldito que dirán...
Esa decisión incluía cuando conoció al que luego sería su marido ni siquiera hacerles partícipe a su familia de ninguna noticia. Sabía que era duro pero no podía superar el pasado sin enfrentarse sola a su futuro.
Ahora diez años más tarde, a sus treinta años de mujer serena, sin nada en la vida, volver al lugar del que nunca debió partir la reconfortaba. No esperaba ser tan bien recibida por sus padres. Pero el tiempo lo cura todo, hasta las malas decisiones.
A sus treinta años de mujer superviviente deseaba sobre todas las cosas que sus padres se sintieran orgullosos de ella y pasaran página a tantas desdichas.
La aparición de Sergio y el poder encontrar en el un confesor le daba fuerzas para intentar encontrar su camino allí, en su pueblo, junto a su familia y de paso poder recuperar a sus amigos aún a riesgo de verse rechazada por ellos, pero tenía tanto que contarles a todo el mundo que no existían suficientes palabras para relatar lo que pasaba por su mente.
Por lo pronto estaba oxigenando su mente junto a Sergio a quien tanto idealizó de joven.
Sergio tampoco lo había pasado bien en la vida, pese a ser el gerente de la única fábrica maderera del pueblo y tener lo que se dice una buena vida desde hace años sabía que el dinero no daba la felicidad.
La desaparición de Estela lo dejó más desolado si cabe y desde entonces el amor para él se había relegado a entregarlo a una hija desconocida que le fue entregada por su madre, una amante que tuvo durante un tiempo y a la que la niña molestaba para prosperar en sus sueños. Desde hacía tres años cuidaba como si fuera un tesoro a su pequeña hija Candela de seis años de edad. No supo de su nacimiento hasta que ella, la madre, apareció en Arcadia para abandonarla. Ser pasto de los cotilleos del pueblo no era agradable para él y menos para su niña pero como triunfaba en otros ámbitos de la vida y daba de comer a muchas familias de allí, estas delante de él nunca decían nada pero a sus espaldas sabía que era la comidilla.
A su vez ser visto junto a Estela no mejoraría las cosas. Pero ella era el amor de su vida y ahora que estaba a su lado no pensaba dejarla escapar de nuevo.
Lo que él no sabía es que ella ya había tomado la decisión de quedarse: para siempre...
Bueno, sincerarse lo habían hecho y vaya que bien, vaya par de almas gemelas. Ahora eso les hacía verse de otra forma.
Sergio le dijo que se tenía que ir a trabajar, pero antes le preguntó que tenía pensado hacer ella en el pueblo estos días y si estaría interesada en optar a un puesto vacante en su empresa. Estela se quedó paralizada al principio pero luego pensó que quizás fuera un buen plan. Le contestó que sí, que le gustaría participar en el proceso de selección.
Sergio le indicó que pasara por la tarde por las oficinas y preguntara por él.
"¿Qué se pondría?. ¿Qué nervios?". Pensaba mientras caminaba absorta en sus pensamientos. "Un trabajo de verdad. Debo de conseguirlo cómo sea".
Las oportunidades llegan así cuando uno menos se lo espera. Estela pensaba lo felices que eso haría a sus padres. No esperaba para nada que ellos le dieran una respuesta negativa ni en sueños.
A la tarde Estela se puso una falda negra ajustada hasta las rodillas, una camisa blanca impoluta y para rematar el conjunto unos tacones negros. Se peinó el pelo estilo Marilyn. Se maquilló levemente la piel y se pintó los labios de rojo. Estaba radiante.
Cuando bajó las escaleras le preguntó su madre que a donde iba tan guapa y ella le dijo que a la empresa de Sergio a hacer una entrevista de trabajo. La madre hizo un mohín extraño en su cara pero no le dijo nada. Estela le pidió a su padre las llaves de su viejo coche y este resignado se las dio. Al fin y al cabo el coche era de ella, aunque olvidado en diez años, su padre se encargaba de ponerlo en marcha para que no le fallara el motor.
Estela se miró en el espejo retrovisor y se volvió a pintar los labios, puso en marcha su coche y se dirigió a la fábrica de muebles de Sergio y familia. No sabía para que puesto optaba pero sabía que estaba perfectamente capacitada para desempeñar cualquier tipo trabajo.
Llegó a la fábrica puntual e indicó por el interfono que venía a ver al señor Xatart. Le abrieron la puerta del complejo de fábrica, almacén y oficinas y pasó adentro con el coche. Aparcó en la zona que ponía oficinas. Se bajó de su vehículo consciente de que había cámaras en todo el complejo. Se recompuso la falda, se atusó el pelo y comenzó a caminar hacia las oficinas, sintiéndose guapa.
Allí le atendió una recepcionista muy joven, no parecía del pueblo o ella al menos no la conocía. Estela le dijo que tenía una cita con el señor Xatart, se sonrojó al decir la palabra cita e imaginarla tal y como la soñaba.
La recepcionista le dijo que se esperara un momento.
No le dio tiempo a sentarse porque inmediatamente la hicieron pasar al despacho de Sergio.
Se quedó impresionada al verlo en su despacho, tan guapo como deslumbrante con su traje negro de vestir. Una vez cerró la puerta se puso cómodo. Se quitó la chaqueta y se desanudó la corbata. Se imaginaban los músculos bajo la camisa azul claro.
Estela se acercó al escritorio y se sentó frente a él. Se la veía intimidada por su presencia. No se atrevía a decir la primera palabra en cambio Sergio estaba muy hablador.
Le hablaba del tiempo y de personas conocidas de su juventud. Mientras ella lo miraba y se lo comía por dentro.
- Bueno, bienvenida a nuestra empresa Estela Ortega. El puesto que te ofrezco y sé que puedes desarrollar perfectamente porque te conozco, bueno te conocía... Es el de mi secretaria. ¿Qué te parece?. ¿No tienes nada que decir?. Pues firmamos el contrato hoy mismo... Estela...
Estela primero se recreó en cada una de las palabras de Sergio y asintió.
¿Trabajar juntos, codo a codo?. Era un sueño hecho realidad y tan sólo llevaba un par de días en Arcadia.
¿Qué más sorpresas agradables podía darle la vida después de tantos años de padecimientos?.
- ¿Te parece bien que cenemos juntos para celebrarlo?. - le preguntó Sergio. Se me ocurre una cena magnífica y sorprendente.
- No sé, Sergio... Quizás al ser mi jefe las cosas cambien. ¿No crees?. - Le contestó ella.
- No ocurre nada Estela, eres mi amiga y ahora mi compañera de trabajo. A las nueve pasaré a recogerte. ¿Te puedo pedir una cosa?.
- Si, dígame mi jefe.
- No te cambies de ropa. Estás bellísima...
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