Estela (Del 5 al 7)
Volvió a casa después de ver la puesta de sol, escondiéndose de cualquier mirada curiosa. Diez años fuera de Arcadia no eran suficientes para olvidar el motivo de su huida. Consiguió pasar desapercibida. Parece que no la reconoció quien se cruzó con ella y si lo hizo tampoco le dijo más que un escueto: "buenas noches".
Se sentó a cenar con sus padres sin apenas decir nada y se comió su ración de sopa de ajo. No se sentía preparada para contarles el motivo de la visita ni tampoco el porqué de su huida. Pero debía hacerlo.
Sacó fuerzas de flaqueza y tomó la decisión de contarles todas sus inquietudes.
- Padres, les debo una explicación. Estoy aquí porque me acabo de divorciar. Sé que mi desaparición no fue de su agrado pero era necesaria para acallar mi culpa. Me casé y nada desde entonces fue como soñaba. Y menos ahora que Félix me ha dejado en la más absoluta ruina. No tengo donde caerme muerta y les necesito. Necesito su cariño. - dijo sin parar de hablar Estela. Mientras tantos sus padres la miraban incrédulos.
La madre que parecía ser quien más fríamente la había recibido al llegar sin decir nada la abrazó, nuevamente igual que antes, acariciándole el cabello. Le pidió por favor que se levantara y que fuera con ella a su habitación. Tenían tanto que lidiar para ponerse al día, pero todo indicaba que su madre iba a apostar por ella.
Su padre mientras salió a dar de comer a los perros. Perros que ella que no conocía y que alguno debía ser hijo de su querida Blaky.
Madre e hija juntas después de diez años se sentaron en su vieja cama. Lloraron juntas, rieron estúpidamente burlándose del orgullo y del miedo que las había separado y al final Estela acabó tumbada en la cama mientras su madre la miraba con una nueva ternura recién descubierta del que vuelve a la vida cuando se creía muerta. Y se durmió ahora ya más convencida de que su sitio en el mundo era allí mismo.
Se hizo de día pronto. A las siete la luz entró por la ventana. Estela se desesperezó y pensó en que salir a correr sería la mejor opción y así hizo. Se calzó sus deportivas y se puso unos shorts negros y una camiseta básica blanca de manga corta.
Desayunó rápidamente un zumo de naranja sin ni siquiera hacer el mínimo ruido para no despertar a sus padres y salió a la calle.
Se pusó los cascos con su música favorita para correr, SOAD y se encaminó a las afueras del pueblo para tomar rumbo a Valfondo y al río que discurría al lado donde antaño iban runners o ciclistas por la comodidad del terreno. Por lo visto seguía siendo zona de deportistas puesto que se cruzó con varias personas allí.
Durante casi una hora, ida y vuelta, fue recordando por aquellos caminos los juegos que hacía con su hermano Rai para ver cuál de los dos era el ganador, o cuando cansada de sudar se echaba unos largos en el rio. Ahora apenas llevaba agua pero conservaba la fertilidad de la zona.
Iba tan ensimismada con sus cosas que casi llegando al fin de su carrera tropezó con otro deportista y cayeron al suelo, sobre la hierba, con lo cual no se hicieron demasiado daño.
Cuando ella y el hombre se miraron fluyeron corrientes eléctricas, chispas, truenos de locura... Era Sergio.
Estela maldijo la suerte de irse a caer precisamente con Sergio.
Sergio fue el amor secreto de infancia de Estela y el mejor amigo de su hermano Rai. También fue su primer beso, pero sólo un beso, en un entorno bonito al fin y al cabo, porque no se repitió en el tiempo.
- ¿Eres Estela?. - Dijo él con voz muy pícara.
- Si, lo soy. Y tú eres Sergio. - Afirmó ella.
Ese fue el principio de una corta conversación porque ella le dijo que iba a casa a ducharse y a ayudar a sus padres y él para disimular el chasco le comentó que tenía por delante ocho kilómetros corriendo y enfrentarse más tarde a un duro día de trabajo dirigiendo la fábrica.
Él le dijo de tomar una cerveza a la tarde pero ella le respondió que no, todavía no estaba preparada para confraternizar con todo el pueblo. Estela le ofreció mejor verse al día siguiente a la misma hora para salir a correr juntos. Ya tendrían tiempo de hablar más adelante.
Se sentó a cenar con sus padres sin apenas decir nada y se comió su ración de sopa de ajo. No se sentía preparada para contarles el motivo de la visita ni tampoco el porqué de su huida. Pero debía hacerlo.
Sacó fuerzas de flaqueza y tomó la decisión de contarles todas sus inquietudes.
- Padres, les debo una explicación. Estoy aquí porque me acabo de divorciar. Sé que mi desaparición no fue de su agrado pero era necesaria para acallar mi culpa. Me casé y nada desde entonces fue como soñaba. Y menos ahora que Félix me ha dejado en la más absoluta ruina. No tengo donde caerme muerta y les necesito. Necesito su cariño. - dijo sin parar de hablar Estela. Mientras tantos sus padres la miraban incrédulos.
La madre que parecía ser quien más fríamente la había recibido al llegar sin decir nada la abrazó, nuevamente igual que antes, acariciándole el cabello. Le pidió por favor que se levantara y que fuera con ella a su habitación. Tenían tanto que lidiar para ponerse al día, pero todo indicaba que su madre iba a apostar por ella.
Su padre mientras salió a dar de comer a los perros. Perros que ella que no conocía y que alguno debía ser hijo de su querida Blaky.
Madre e hija juntas después de diez años se sentaron en su vieja cama. Lloraron juntas, rieron estúpidamente burlándose del orgullo y del miedo que las había separado y al final Estela acabó tumbada en la cama mientras su madre la miraba con una nueva ternura recién descubierta del que vuelve a la vida cuando se creía muerta. Y se durmió ahora ya más convencida de que su sitio en el mundo era allí mismo.
Se hizo de día pronto. A las siete la luz entró por la ventana. Estela se desesperezó y pensó en que salir a correr sería la mejor opción y así hizo. Se calzó sus deportivas y se puso unos shorts negros y una camiseta básica blanca de manga corta.
Desayunó rápidamente un zumo de naranja sin ni siquiera hacer el mínimo ruido para no despertar a sus padres y salió a la calle.
Se pusó los cascos con su música favorita para correr, SOAD y se encaminó a las afueras del pueblo para tomar rumbo a Valfondo y al río que discurría al lado donde antaño iban runners o ciclistas por la comodidad del terreno. Por lo visto seguía siendo zona de deportistas puesto que se cruzó con varias personas allí.
Durante casi una hora, ida y vuelta, fue recordando por aquellos caminos los juegos que hacía con su hermano Rai para ver cuál de los dos era el ganador, o cuando cansada de sudar se echaba unos largos en el rio. Ahora apenas llevaba agua pero conservaba la fertilidad de la zona.
Iba tan ensimismada con sus cosas que casi llegando al fin de su carrera tropezó con otro deportista y cayeron al suelo, sobre la hierba, con lo cual no se hicieron demasiado daño.
Cuando ella y el hombre se miraron fluyeron corrientes eléctricas, chispas, truenos de locura... Era Sergio.
Estela maldijo la suerte de irse a caer precisamente con Sergio.
Sergio fue el amor secreto de infancia de Estela y el mejor amigo de su hermano Rai. También fue su primer beso, pero sólo un beso, en un entorno bonito al fin y al cabo, porque no se repitió en el tiempo.
- ¿Eres Estela?. - Dijo él con voz muy pícara.
- Si, lo soy. Y tú eres Sergio. - Afirmó ella.
Ese fue el principio de una corta conversación porque ella le dijo que iba a casa a ducharse y a ayudar a sus padres y él para disimular el chasco le comentó que tenía por delante ocho kilómetros corriendo y enfrentarse más tarde a un duro día de trabajo dirigiendo la fábrica.
Él le dijo de tomar una cerveza a la tarde pero ella le respondió que no, todavía no estaba preparada para confraternizar con todo el pueblo. Estela le ofreció mejor verse al día siguiente a la misma hora para salir a correr juntos. Ya tendrían tiempo de hablar más adelante.
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