Estela (de la 14 a la 18)
Estela salió de Almacenes Xatart alucinando. Ser la secretaria del amor de su infancia era un sueño y Sergio era tan atractivo que imaginaba miles de fantasías con él. Pero al mismo tiempo, ella misma se decía "¡No puedo confiar!. Parece todo demasiado fácil".
Fue a la única tienda del pueblo, la que regentaba Rocío, la madre de su amiga Inés. En realidad con ella si había mantenido contacto en estos diez años. Alguna llamada esporádica le servía para saber de la salud de sus padres y de otras cosas del pueblo. Incluso Inés con una excusa para su familia se desplazó e instaló en su casa y la acompañó en el día de su boda con Félix. Su único apego al pasado en vida y gracias a ella tomó la decisión de volver al pueblo, después de todos los males vividos.
Ahora mismo tenía que localizarla, contarle las últimas noticias, escuchar su opinión y abrazarla ante todo. Nada sana más un corazón que una amistad verdadera.
Encontró a Inés despachando en la tienda a una anciana que la miró de arriba a abajo y dijo "tampoco es pa'arreglarse tanto niña". Estela le sonrió y no dijo nada.
En cuanto salió la mujer abrazó a su amiga y ambas lloraron hombro a hombro de la emoción de reencontrarse.
Inés no paraba de decirle lo guapa que estaba y lo feliz que se sentía por volver a estar de nuevo con ella. Estela le dijo entonces que volvía para quedarse y que desde ese día sería la nueva secretaria de Sergio Xatart. Inés se quedó blanca cuando oyó el nombre de Sergio, de su Sergio, al Sergio que intentaba curar día a día el corazón roto mientras cuidaba de su hija Candela.
Se quedó tan blanca que hasta Estela lo notó. Le pregunto que le ocurría e Inés le dijo que nada, sólo eran sentimientos encontrados.
Entonces comenzó a entrar gente en la tienda que las miraba curiosa. Estela decidió irse quedando en llamar a Inés con cualquier novedad.
Estela estaba tan recreada en su felicidad que no era consciente de la cara de tristeza y aturdimiento de su amiga, mientras atendía a una clienta.
A las nueve puntual y en la puerta de casa de los padres de Estela apareció Sergio con su flamante coche negro.
Le mandó un whatsapp. Ella bajo tal y cómo él le dijo en la oficina. Se había retocado el maquillaje y perfilado labios. También se había puesto unas gotas de su perfume preferido, Candy de Prada.
En su bolso de mano llevaba entre otras cosas un pequeño detalle para Sergio, un collar hecho en su adolescencia con rocalla para él y que nunca le entregó.
Se sentó en el asiento del copiloto mientras le saludaba sonriente. Sergio le dijo que iban a cenar en un sitio muy especial para él.
Estela pensó que estaba siendo muy misterioso. Aún así se dejó llevar por la situación, tan surrealista.
Sergio condujo por las calles del pueblo hasta llegar a su propia casa. Cosa que a Estela sorprendió mucho, muchísimo. "¿La primera cita de ambos y en casa de él?". Pensó que no tenía escapatoria.
Una vez abierta la puerta automática, con el vehículo entraron en el parking. Allí bajaron y caminaron juntos hasta la casa. Sergio le cedió el paso. Apenas hablaban. Se los veía muy nerviosos.
Las escaleras del garaje llevaban a un vestíbulo amplio y acogedor.
Allí Sergio le preguntó a Estela si confiaba en él y ella aunque dudando le dijo que sí. Entonces él sacó un pañuelo de seda rojo y le vendó los ojos.
Caminaron juntos por la casa mientras él la iba guiando y tranquilizando comentándole al oído por donde girar o por donde subir un escalón.
- Cualquier deseo, pensamiento y fantasía me lleva a tí, Estela. ¿Qué más quieres?. - Le susurró al oído.
Estela se estremeció en sus brazos. En ese momento le quitó el pañuelo de los ojos y lo primero que vio es que estaba en una habitación donde había una niña dormida y una joven cuidándola. Sergio le dijo a la chica que se fuera.
- Esta es mi sorpresa Estela. Quiero que conozcas a Candela y que cenemos juntos.
Sergio se acercó a la niña, la besó y le dijo al oído algo. Esta abrió los ojos y sonrió. Le dijo a su padre que no estaba dormida, que sólo estaba pensando.
Mientras tanto Estela conmovida por la escena los mirada enternecida y envidiando ese cariño único entre padre e hija.
Sergio las presentó y la niña la abrazó. Estela no pudo evitar corresponder recíprocamente al saludo con el mismo cariño.
- Hola Estela, me ha dicho papi que hoy cenamos los tres juntos. Estoy muy contenta porque papi hoy me deja cenar pizza hawaiana que es mi comida preferida. - dijo la niña.
- También es la mía, Candela. ¡Qué casualidad!. - correspondió Estela.
- Pues chicas, manos a la obra. Tenemos algo de faena en la cocina. - replicó Sergio.
Se fueron los tres a la cocina. Una cocina grande y con una isleta en el medio de la misma, donde amasaron la base, que ya estaba preparada en la nevera, entre Candela y Estela.
Pusieron los ingredientes: tomate, jamón york, piña y queso entre risas.
Era divertido experimentar y darle forma a la que luego sería la cena.
Sergio le sirvió un vino blanco a Estela mientras se horneaba la pizza. Se sentaron en un rincón muy confortable y jugaron a las cartas con la pequeña.
Cenaron y saborearon cada porción de pizza cómo si fuera el manjar más delicioso de la tierra. Rieron imitando voces de dibujos animados, le contaron a la niña recuerdos de la infancia de ambos y Sergio le dijo a Candela al oído que una vez besó en los labios a Estela en un rincón muy bonito del pueblo. Estela lo oyó y se sonrojó. Claro que se acordaba de ese beso, como para olvidar el que fue su primer beso de amor. Sergio se dio cuenta y para quitar hierro al asunto le ofreció un trato especial.
Sergio le ofreció tomarse el día siguiente libre y pasarlo los tres juntos. Candela comenzó a saltar de alegría y abrazarlos primero a su padre y luego a ella.
- Papi, ¿Te puedo pedir una cosa?. - dijo Candela.
- Dime Corazón. - Le contestó él.
- Se puede quedar mi amiga Estela a dormir.
- Cariño, esa es una decisión que debe tomar ella. No podemos obligarla.
- Si, papi, por favor. ¡Estela quédate!. Dormiremos juntos.
- Estela, está en tus manos. ¿Qué dices?.
Estela estaba abrumada no sabía si por el vino, si por la felicidad que se respiraba en la casa o por la niña o por Sergio. En realidad dudaba por el que dirán, acababa de llegar al pueblo como aquel que dice y una noche en casa de Sergio Xatart podría hacer que fuera la comidilla y más ahora que era su secretaria.
- Estela, dormiremos juntos los tres. Yo en el medio. ¡Qué bien!. - volvió a insistir la niña.
Pese al estupor y atisbos de timidez que sentían y mostraban Sergio y Estela no pudieron negarse a los planes de la niña. Esa noche la pasaron juntos los tres tumbados en la cama de un metro cincuenta de Sergio, abrazados y soñando con un futuro.
Cuando se despertó Estela, Candela estaba abrazada a ella pero Sergio no estaba. No se atrevía a moverse pero le gustaría saber que hacía.
De repente como si leyera su pensamiento apareció con una bandeja con el desayuno.
- Tengo mi café caliente y te tengo a tí en la cama. Hoy ya tengo todo lo que quiero.
Estela se ruborizó. No esperaba ese comentario pero le miró con ternura y deseo haber tenido los brazos libres para haberle dado un abrazo. Le hizo un gesto de silencio pero Sergio que estaba pensando en otra cosa se arrodilló en su lado de la cama y le plantó un beso en los labios que la dejó con las "mariposas revoloteando". Ella le correspondió. Entonces Candela comenzó a desperezarse y se separaron, pero no dejaron de mirarse a los ojos como dos enamorados.
La mejor fotografía es la que queda grabada en la mirada, esa que puedes acariciar, amar y revivir con sólo cerrar los ojos. Así retuvo en su mente Estela el comienzo de la mañana tan prometedor. Era viernes de comerse el mundo hasta que se acordó de sus padres. Eran las diez y no les había avisado de sus planes. Quizás estuvieran preocupados. Luego pensó que de todas formas por la hora que era pensarían que estaba trabajando.
Se montaron en el coche y llevaron a Estela a su casa a que se diera una ducha y también para cambiarse de ropa. Sergio iba en vaqueros y muy, muy cómodo. Candela llevaba un vestido con flores rojas de fondo rosa y una diadema en su pelo rizado. Estela iba sentada delante y pensó que parecían una familia modélica. Quizás ella un tanto trasnochada.
Tuvo suerte, sus padres no estaban en casa. Se tumbó en su cama pletórica, se desnudó, se metió en la ducha y dejó correr el agua, fría, por su cuerpo. Para la ocasión se puso unos vaqueros, una camiseta de manga corta y unas zapatillas blancas de deporte. Nada de tacones. El día podía ser muy largo. Cogió una mochila y dentro metió el cepillo de dientes, una muda limpia y un vestido cómodo. Quien sabe que sería de ella. Se sentía tan feliz que antes de salir llamó a su amiga Inés para contárselo. No le cogió el teléfono. Estaría trabajando. Le mandó un mensaje: "He dormido con él. Ya te contaré".
Fue a la única tienda del pueblo, la que regentaba Rocío, la madre de su amiga Inés. En realidad con ella si había mantenido contacto en estos diez años. Alguna llamada esporádica le servía para saber de la salud de sus padres y de otras cosas del pueblo. Incluso Inés con una excusa para su familia se desplazó e instaló en su casa y la acompañó en el día de su boda con Félix. Su único apego al pasado en vida y gracias a ella tomó la decisión de volver al pueblo, después de todos los males vividos.
Ahora mismo tenía que localizarla, contarle las últimas noticias, escuchar su opinión y abrazarla ante todo. Nada sana más un corazón que una amistad verdadera.
Encontró a Inés despachando en la tienda a una anciana que la miró de arriba a abajo y dijo "tampoco es pa'arreglarse tanto niña". Estela le sonrió y no dijo nada.
En cuanto salió la mujer abrazó a su amiga y ambas lloraron hombro a hombro de la emoción de reencontrarse.
Inés no paraba de decirle lo guapa que estaba y lo feliz que se sentía por volver a estar de nuevo con ella. Estela le dijo entonces que volvía para quedarse y que desde ese día sería la nueva secretaria de Sergio Xatart. Inés se quedó blanca cuando oyó el nombre de Sergio, de su Sergio, al Sergio que intentaba curar día a día el corazón roto mientras cuidaba de su hija Candela.
Se quedó tan blanca que hasta Estela lo notó. Le pregunto que le ocurría e Inés le dijo que nada, sólo eran sentimientos encontrados.
Entonces comenzó a entrar gente en la tienda que las miraba curiosa. Estela decidió irse quedando en llamar a Inés con cualquier novedad.
Estela estaba tan recreada en su felicidad que no era consciente de la cara de tristeza y aturdimiento de su amiga, mientras atendía a una clienta.
A las nueve puntual y en la puerta de casa de los padres de Estela apareció Sergio con su flamante coche negro.
Le mandó un whatsapp. Ella bajo tal y cómo él le dijo en la oficina. Se había retocado el maquillaje y perfilado labios. También se había puesto unas gotas de su perfume preferido, Candy de Prada.
En su bolso de mano llevaba entre otras cosas un pequeño detalle para Sergio, un collar hecho en su adolescencia con rocalla para él y que nunca le entregó.
Se sentó en el asiento del copiloto mientras le saludaba sonriente. Sergio le dijo que iban a cenar en un sitio muy especial para él.
Estela pensó que estaba siendo muy misterioso. Aún así se dejó llevar por la situación, tan surrealista.
Sergio condujo por las calles del pueblo hasta llegar a su propia casa. Cosa que a Estela sorprendió mucho, muchísimo. "¿La primera cita de ambos y en casa de él?". Pensó que no tenía escapatoria.
Una vez abierta la puerta automática, con el vehículo entraron en el parking. Allí bajaron y caminaron juntos hasta la casa. Sergio le cedió el paso. Apenas hablaban. Se los veía muy nerviosos.
Las escaleras del garaje llevaban a un vestíbulo amplio y acogedor.
Allí Sergio le preguntó a Estela si confiaba en él y ella aunque dudando le dijo que sí. Entonces él sacó un pañuelo de seda rojo y le vendó los ojos.
Caminaron juntos por la casa mientras él la iba guiando y tranquilizando comentándole al oído por donde girar o por donde subir un escalón.
- Cualquier deseo, pensamiento y fantasía me lleva a tí, Estela. ¿Qué más quieres?. - Le susurró al oído.
Estela se estremeció en sus brazos. En ese momento le quitó el pañuelo de los ojos y lo primero que vio es que estaba en una habitación donde había una niña dormida y una joven cuidándola. Sergio le dijo a la chica que se fuera.
- Esta es mi sorpresa Estela. Quiero que conozcas a Candela y que cenemos juntos.
Sergio se acercó a la niña, la besó y le dijo al oído algo. Esta abrió los ojos y sonrió. Le dijo a su padre que no estaba dormida, que sólo estaba pensando.
Mientras tanto Estela conmovida por la escena los mirada enternecida y envidiando ese cariño único entre padre e hija.
Sergio las presentó y la niña la abrazó. Estela no pudo evitar corresponder recíprocamente al saludo con el mismo cariño.
- Hola Estela, me ha dicho papi que hoy cenamos los tres juntos. Estoy muy contenta porque papi hoy me deja cenar pizza hawaiana que es mi comida preferida. - dijo la niña.
- También es la mía, Candela. ¡Qué casualidad!. - correspondió Estela.
- Pues chicas, manos a la obra. Tenemos algo de faena en la cocina. - replicó Sergio.
Se fueron los tres a la cocina. Una cocina grande y con una isleta en el medio de la misma, donde amasaron la base, que ya estaba preparada en la nevera, entre Candela y Estela.
Pusieron los ingredientes: tomate, jamón york, piña y queso entre risas.
Era divertido experimentar y darle forma a la que luego sería la cena.
Sergio le sirvió un vino blanco a Estela mientras se horneaba la pizza. Se sentaron en un rincón muy confortable y jugaron a las cartas con la pequeña.
Cenaron y saborearon cada porción de pizza cómo si fuera el manjar más delicioso de la tierra. Rieron imitando voces de dibujos animados, le contaron a la niña recuerdos de la infancia de ambos y Sergio le dijo a Candela al oído que una vez besó en los labios a Estela en un rincón muy bonito del pueblo. Estela lo oyó y se sonrojó. Claro que se acordaba de ese beso, como para olvidar el que fue su primer beso de amor. Sergio se dio cuenta y para quitar hierro al asunto le ofreció un trato especial.
Sergio le ofreció tomarse el día siguiente libre y pasarlo los tres juntos. Candela comenzó a saltar de alegría y abrazarlos primero a su padre y luego a ella.
- Papi, ¿Te puedo pedir una cosa?. - dijo Candela.
- Dime Corazón. - Le contestó él.
- Se puede quedar mi amiga Estela a dormir.
- Cariño, esa es una decisión que debe tomar ella. No podemos obligarla.
- Si, papi, por favor. ¡Estela quédate!. Dormiremos juntos.
- Estela, está en tus manos. ¿Qué dices?.
Estela estaba abrumada no sabía si por el vino, si por la felicidad que se respiraba en la casa o por la niña o por Sergio. En realidad dudaba por el que dirán, acababa de llegar al pueblo como aquel que dice y una noche en casa de Sergio Xatart podría hacer que fuera la comidilla y más ahora que era su secretaria.
- Estela, dormiremos juntos los tres. Yo en el medio. ¡Qué bien!. - volvió a insistir la niña.
Pese al estupor y atisbos de timidez que sentían y mostraban Sergio y Estela no pudieron negarse a los planes de la niña. Esa noche la pasaron juntos los tres tumbados en la cama de un metro cincuenta de Sergio, abrazados y soñando con un futuro.
Cuando se despertó Estela, Candela estaba abrazada a ella pero Sergio no estaba. No se atrevía a moverse pero le gustaría saber que hacía.
De repente como si leyera su pensamiento apareció con una bandeja con el desayuno.
- Tengo mi café caliente y te tengo a tí en la cama. Hoy ya tengo todo lo que quiero.
Estela se ruborizó. No esperaba ese comentario pero le miró con ternura y deseo haber tenido los brazos libres para haberle dado un abrazo. Le hizo un gesto de silencio pero Sergio que estaba pensando en otra cosa se arrodilló en su lado de la cama y le plantó un beso en los labios que la dejó con las "mariposas revoloteando". Ella le correspondió. Entonces Candela comenzó a desperezarse y se separaron, pero no dejaron de mirarse a los ojos como dos enamorados.
La mejor fotografía es la que queda grabada en la mirada, esa que puedes acariciar, amar y revivir con sólo cerrar los ojos. Así retuvo en su mente Estela el comienzo de la mañana tan prometedor. Era viernes de comerse el mundo hasta que se acordó de sus padres. Eran las diez y no les había avisado de sus planes. Quizás estuvieran preocupados. Luego pensó que de todas formas por la hora que era pensarían que estaba trabajando.
Se montaron en el coche y llevaron a Estela a su casa a que se diera una ducha y también para cambiarse de ropa. Sergio iba en vaqueros y muy, muy cómodo. Candela llevaba un vestido con flores rojas de fondo rosa y una diadema en su pelo rizado. Estela iba sentada delante y pensó que parecían una familia modélica. Quizás ella un tanto trasnochada.
Tuvo suerte, sus padres no estaban en casa. Se tumbó en su cama pletórica, se desnudó, se metió en la ducha y dejó correr el agua, fría, por su cuerpo. Para la ocasión se puso unos vaqueros, una camiseta de manga corta y unas zapatillas blancas de deporte. Nada de tacones. El día podía ser muy largo. Cogió una mochila y dentro metió el cepillo de dientes, una muda limpia y un vestido cómodo. Quien sabe que sería de ella. Se sentía tan feliz que antes de salir llamó a su amiga Inés para contárselo. No le cogió el teléfono. Estaría trabajando. Le mandó un mensaje: "He dormido con él. Ya te contaré".
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