Reencuentro con Esther

Esther, mi amiga del instituto, entre lágrimas me explica sus últimos dimes y diretes. Me comenta que de pequeña le dijeron sus padres que no contara sus problemas, que no los exteriorizara, que los guardara para sí y así le ha ido en la vida en sus relaciones. En todas ha tragado y digerido traumas por no relacionarse ni descargar confidencias en nadie. No es madre, a día de hoy con casi cuarenta años está sola. También es cierto que no ha sentido la llamada de la maternidad. Casi que mejor sino se vería atada a algo.
Me dice también que agradece lo que ella llama la casualidad de la vida que ha hecho que nos volvamos a encontrar, yo trabajando de camarera en este hotel de cuatro estrellas y ella como cliente del mismo. 
Cansada de todo ha decidido huir y dejar atrás su pasado. No ha podido recalar en lugar mejor, ni en mejores vistas que las que tiene seguramente su habitación. Estoy segura de que aquí, en este lugar, conseguirá al menos aclarar ideas.
Salgo de la barra y le doy un abrazo muy grande, consolador. Ella me mira mientra prosigo mi trabajo escuchando al próximo cliente, que nos mira un poco atónico, aunque no demasiado aquí nadie se asombra de nada y a este hombre le pongo a mi libre albedrío un café y un macaron. Me mira conforme, su sonrisa lo demuestra.

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