El chico de los palos chinos, mujer blanca soltera, mi sosias, Lino y la menda lerenda
Antes de ayer me estaba tomando una cerveza con mi sosias y con “el” Lino, todo un personaje mítico jevi de Valencia y me ocurrió lo que yo considero una situación surrealista, por lo menos en el mundo consumista en el que vivimos.
Como digo estábamos deleitándonos del quinto y charla cuando se voló un papel, de esos que no tienen nada de importante escrito y le dijimos a una pareja de jipis que estaban sentados al lado que era un billete de cincuenta euros por bromear. Entonces el muchacho, de unos veinte seis años, practicante de la ataraxia y otras artes, entre ellas los palos chinos, me dijo que él no se agacharía nunca a por un billete, que el dinero solo engendra odios. Bonito planteamiento le dije yo, pero da de comer… En aquel momento él paso a contarme su forma de vida, lleva cinco años viviendo sin trabajar por lo menos de lo suyo, es químico arrepentido por el tratamiento que dan las industrias farmacéuticas. Él dedica su tiempo a mover los palos chinos en un semáforo de Valencia. Un inciso… yo aprendí a hacerlos hace años en el curso de Monitor Sociocultural con cámaras de ruedas de bicicleta pero a bailarlos ni en sueños, las cariocas me gustaban más lo confieso. Bueno pues este muchacho dice que es feliz haciendo feliz a la gente, viendo sus sonrisas y que eso lo alimenta, eso y el pago que le dan en el semáforo a cambio de su filosofía y de su movimiento acelerado y arriesgado con los palos. A veces les prende fuego… Nunca pide pero recoge lo que le dan. Advertí que llevaba un móvil, me contó que se lo dieron en un semáforo junto con siete euros en una bolsita, alguien que habitualmente lo veía actuar.
Como digo estábamos deleitándonos del quinto y charla cuando se voló un papel, de esos que no tienen nada de importante escrito y le dijimos a una pareja de jipis que estaban sentados al lado que era un billete de cincuenta euros por bromear. Entonces el muchacho, de unos veinte seis años, practicante de la ataraxia y otras artes, entre ellas los palos chinos, me dijo que él no se agacharía nunca a por un billete, que el dinero solo engendra odios. Bonito planteamiento le dije yo, pero da de comer… En aquel momento él paso a contarme su forma de vida, lleva cinco años viviendo sin trabajar por lo menos de lo suyo, es químico arrepentido por el tratamiento que dan las industrias farmacéuticas. Él dedica su tiempo a mover los palos chinos en un semáforo de Valencia. Un inciso… yo aprendí a hacerlos hace años en el curso de Monitor Sociocultural con cámaras de ruedas de bicicleta pero a bailarlos ni en sueños, las cariocas me gustaban más lo confieso. Bueno pues este muchacho dice que es feliz haciendo feliz a la gente, viendo sus sonrisas y que eso lo alimenta, eso y el pago que le dan en el semáforo a cambio de su filosofía y de su movimiento acelerado y arriesgado con los palos. A veces les prende fuego… Nunca pide pero recoge lo que le dan. Advertí que llevaba un móvil, me contó que se lo dieron en un semáforo junto con siete euros en una bolsita, alguien que habitualmente lo veía actuar.
En cambio ella a todo esto es más joven, veinte años tal vez, pero muy entendida en leyes. Chica blanca que sale con chico negro y que está habituada a que los paren, los cacheen y los tomen por gente de mal vivir. Aunque al poco me confesó que su novio no trabajaba y de dedicaba a cosas ilegales sin ningún pudor. No la juzgue, para qué… Me gustaron sus tatuajes sobre todo el del cuello, bien grande llevaba escrito “I live for the music”.
Paré de hablar con mi sosias y con Lino, me senté con ellos y dejé fluir la conversación, diferente e improvisada. Le dí un cigarro a cada uno y él a cambio me movió los palos un rato solo para mí, me sacó una sonrisa.
Posteriormente, una par de birras más tarde, nos fuimos Carlos, Lino y yo a ver cómo iba la apertura de la nuevo local de tatuajes de un italiano amigo del jevi y sin quererlo ni beberlo me ví diseñando el fondo para el tatuaje del tobillo, llevo una hada desde el 2002 en negro y necesita “vidilla”. Lo único que me aparta de hacerlo es que mi situación no es muy boyante si no la cosa cambiaba, si pudiera me dibujaría hasta el alma.
Nos volvimos a sentar más tarde para retomar la charla y el resto de la tarde noche es otro cantar…
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