No existe nada más contagioso que el entusiasmo

Elisa se siente como quería Coleridge en sus escritos, el poeta, crítico y filósofo inglés,  aquel que mediante la incredulidad sustituye el sueño perfecto recurriendo al pasado como un tiempo misterioso y fantástico. Está enamorada de forma intensa, hasta “las trancas” se podría decir, de su iluminado y romántico hombre inexistente. Ella se consuela con eso y es feliz porque no existe nada más contagioso que el entusiasmo.

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